Leía hoy con mucha sorpresa una nota en un diario nacional, por decirlo menos casi escondida, pero cuyo titular me sorprendió, me alarmó y porque no decirlo, me indignó.
El ministro del interior, el señor Rafael Rey, con el mayor desparpajo del mundo declaró que Sendero Luminoso, el grupo terrorista que amenazó la tranquilidad, la democracia y la vida de los peruanos por casi 12 años no era considero como una amenaza.
Continué con mi lectura y mi indignación crecía cuando leía que se había redoblado la vigilancia y la seguridad de las principales "autoridades políticas" del país, en busca de salvaguardar la democracia, pero que él consideraba que el grupo terrorista ya no era más un peligro, pero que las precauciones nunca estaban de más.
¿Por qué solo resguardar la seguridad de las autoridades políticas?, y los miles de peruanos en las zonas alto andinas del Perú, en las zonas rurales en donde por mucho tiempo Sendero Luminoso sembró miedo y sangre, ¿por qué no resguardarlos a ellos?
No sé si el señor Rey habría pasado un apagón en la época del terrorismo, o si sintió un coche bomba cerca de su vivienda, o si en alguna ocasión lo amenazaron y le pidieron cupos. Quizá nuestro ministro del interior no perdió un familiar en manos de Sendero sin razón alguna o defendiendo a la "patria". Puede que el señor Rey no conozca de cerca el dolor que sufrieron, sufren y seguirán sufriendo miles de peruanos a causa de lo que él considera no representa una amenaza para el país.
Debería el señor ministro tomar algo para la memoria y dejar de dar declaraciones acerca de si sendero es o no una amenaza, porque si le pregunta a alguna persona que vivió de cerca alguna situación con Sendero Luminoso, le aseguro que le responderá que hasta que Sendero no esté totalmente erradicado esas personas, esas miles de personas que llevan en sus memorias esos años de sangre y dolor no se sentirán seguras, esas personas aún consideran que Sendero Luminoso es una amenaza, quizá no de la misma magnitud pero amenaza al fin.
No olvidemos la sangre y el dolor, no para mantener abierta la herida si no para no tropezar con la misma piedra dos veces.
